jueves, enero 19, 2012

Un viejo en el café



Aquel viejo mira al vacío en el café.

No tiene un libro, un periódico,
sólo una taza y las manos anudadas
óseas, quietas por el cansancio o la serenidad.

Nada lo perturba
y así, inmóvil como piedra de montaña,
ve el flujo del tiempo desde sus ojos sin brillo.

Nada se mueve
la taza asciende cada cinco minutos
a una boca que no habla.

El viejo parece ya no estar
y ser apenas el débil recuerdo de un viejo en el café
hasta que ocurre un pequeño milagro:
la mesera vuelve con la jarrita
el viejo acepta y en sus ojos nace algo
sus labios dicen sí
sonríen apenas
y el viejo deja de ser piedra de montaña
y a sus ojos
—fijos en las caderas de la joven que se aleja
sin esperanza, fascinados—
retorna un brillo.