miércoles, septiembre 02, 2015

Darse el autopase



Nunca hemos sido una región muy dada a publicar libros. En nuestras mejores épocas no llegamos ni a tres mensuales, así que siempre hay un déficit en la balanza de lo que se publica con respecto de lo que se escribe. Ahora, para los escritores, es menos traumático el asunto, ya que los blogs y las redes sociales (y en algunos casos hasta las cadenitas de mail) son válvulas que ayudan a paliar en algo la necesidad de hallar al menos unos cuantos lectores.
México, sin embargo y asombrosamente, es en general un país que facilita las oportunidades de publicar. He comentado hace poco que con algo de suerte, algo de talento y algo de relaciones (y a veces sin nada de eso) es posible encontrar alguna institución capaz de recibir originales y mandarlos a la imprenta. Por eso no prospera tanto aquí, como en otros lugares, la edición de autor, es decir, el libro autofinanciado y a veces hasta autoeditado, una especie de autopase, para decirlo con un término futbolístico. En 2004  vi un caso de esta naturaleza en Argentina. Tanto me impresionó que lo convertí en este breve relato titulado “Por la libre”:
En mi primer viaje argentino tuve la suerte de pasar una semana en Tucumán, la ciudad donde radica David Lagmanovich, entrañable amigo y admirado maestro. En ese lugar fui recibido cálidamente por la Asamblea de escritores, grupo de artistas que encabeza el propio David y que reúne a buena parte de los autores tucumanos que han decidido sumar esfuerzos para producir bienes artísticos. La Asamblea organiza conferencias, exposiciones, lecturas y, acaso lo más importante, iniciaba por aquel momento la publicación de libros. Uno de los anfitriones, el dibujante, pintor y poeta Leonardo Iramaín, me regaló un gordo libro que cargué desde allá y que conservo con aprecio y agradecimiento. Se trata de Dibujos de una sola línea, compendio de dibujos elaborados con una sola línea. Realmente es un libro estimable, pese a la austeridad de su acabado. Lo que primero me llamó la atención, claro, fue la portada. Allí, un dibujo “de una sola línea” anticipa el contenido del volumen; abajo, en la zona donde se ubica el sello editorial, aparece la sigla EDUM. Deseoso de saber el significado de las sigla que resumía el nombre de la institución editora del libro, le pregunté a Leonardo.
—¿Y qué institución es EDUM? ¿Una universidad?
La respuesta me dejó maravillado. Ése solo detalle, que hubiera valido la eterna conservación del libro, agregó un plus a la belleza de los dibujos.
—¡No, amigo, cuál universidad! —dijo Leonardo, sonriente—. EDUM significa “Ediciones De Uno Mismo”.